De cartonear en la madrugada a debutar en Primera División: así podría resumirse, aunque brevemente, la historia de Mario Sanabria, el joven delantero de 22 años que hoy juega en Deportivo Riestra. Pero detrás de ese presente hay una vida marcada por el esfuerzo, el frío de la calle y una familia que nunca bajó los brazos.
Criado en una humilde casa de San Francisco Solano, Mario acompañaba a su padre en largas jornadas de cartoneo nocturno por la ciudad. “Tirar del carrito para llevar un plato de comida a casa es un lindo recuerdo”, dice hoy, sin perder de vista todo lo que esa experiencia le dejó. “Cartonear me enseñó los valores de la vida”, asegura, valorando ahora las pequeñas cosas: el agua caliente, una cama cómoda, una familia unida.

El recorrido de Mario Sanabria
En su adolescencia, fue parte de las divisiones inferiores de Quilmes. Su talento llamó la atención, pero también su constancia. “A él le ofrecieron quedarse en la pensión para que pudiera tener las cuatro comidas”, recuerda su madre, María, quien sufrió abandono en la infancia y violencia de género en la adultez. Hoy, con lágrimas de emoción, ve en su hijo una revancha para todos.

Tras destacarse como goleador en la Reserva del Cervecero, firmó contrato profesional, disputó 39 partidos, marcó dos goles y tuvo un breve paso por Aucas de Ecuador antes de llegar a Riestra, donde actualmente milita en la máxima categoría.
De la calle al fútbol profesional: cómo el esfuerzo familiar marcó el camino de Mario Sanabria
“Siempre luché cada día para que mis hijos tuvieran todo lo que a mí me faltó”, dice María, entre ollas nuevas que hoy se preparan para un nuevo sueño: abrir un comedor comunitario en su barrio. Mario, por su parte, afirma: “Así sea multimillonario, los que siempre van a estar es mi familia”.
Su historia emociona no solo por la superación, sino por la gratitud con la que recuerda el pasado. En un país con tantas historias de lucha, la de Mario Sanabria destaca por su honestidad, esfuerzo y el amor de una familia que, a pesar de todo, nunca dejó de soñar.
